Tuesday, March 27, 2007

Como ladrón en la noche

Para entrar forzó de par en par la puerta mecánica de la cochera sin estrépito alguno. Sara, que no dormía, se levantó con la intención de espantar un tímido rasguño metálico que no podía identificar. Caminó despacio fuera de la habitación y encendió la luz del balcón. Al darse cuenta de que la puerta estaba abierta se petrificó y robótica e histérica levantó a Ría que dormía sin escuchar más ruidos que el rumor acuático de su propia sangre pasándole por el ventrículo izquierdo del corazón y retumbándole en la aorta.

Ría sugirió prender mas luces y llamó al colombiano, que no contestó. Ría llamó a Rodrigo Díaz (de Vivar) que bebía acompañado. Hace tiempo que esos dos fantaseaban con una carrera a toda velocidad por las carreteras del pueblo. Llegaron en dos minutos, pero antes de llegar le pidieron a ellas que contactaran refuerzos por si el invasor estaba armado. Casi a la vez llegaron los borrachos y la policía y por breves momentos confundieron los roles. Ría y Sara se asomaron para asegurarles a ambas partes que los presentes no estaban involucrados.

Cuando Ría y Sara vieron que la caja de fusibles estaba abierta identificaron el leve rasguño metálico con el sonido de un dedito que en la oscuridad intenta abrir la manija. Heladas, se dieron cuenta de que habían estado a dos segundos de que les cortaran la corriente en toda la casa, dejándolas a oscuras. Esa noche ni los policías ni los borrachos encontraron a nadie. El culpable había desaparecido.

Rodrigo Díaz (de Vivar) se quedo de centinela toda la noche. Ria, que no tiene cortinas en las ventanas de su habitación, estuvo a punto de irse al sofá con él porque tan pronto puso la cabeza en la almohada oyó la marejada roja palpitarle en las venas, oyó goterones de aguacero golpear contra los vidrios, oyó saltos de agua solos en el monte y dejo de sentirse las manos.

Al otro día, mientras Sara y Ría atravesaban baretas y pedazos de cable en los rieles de la puerta mecánica se dieron cuenta que el relleno anaranjado que revestía las paredes y el techo de la cochera con intención de calentarlas, se había desprendido. Estaba metido allí, dentro de las paredes de la casa. Las chicas se sonrieron maliciosamente. Lo hemos atrapado. Ría consiguió un veneno azul que huele a salisbury steak con mashed potatoes y gravy y lo esparció por las esquinas. Te jodiste, pensó.

Amaneció el tercer día con la mitad de la casa sin electricidad. La heladera corría, la estufa encendía, la radio también, pero lo había logrado: ninguna luz prendía. Ría, ya un poco aburrida por la poca imaginación del malandro, pero aun sin decidirse a enfrentarse a él cara a cara llamo al colombiano que viniera. Esta vez vino.

Con ojo de águila el colombiano se paró frente a la puerta del garaje y miró detenidamente como el que en realidad debió haber sido detective privado y no ingeniero. Había un hueco en la esquina inferior derecha de la puerta que antes no estaba ahí. La goma negra que sellaba el contacto del metal con el suelo estaba masticada. Un pedazo de cemento del empañetado estaba desprendido. El colombiano entró al garaje por el interior de la casa, por la puerta de la cocina. Revisó el cuarto de almacenaje, pateó los armarios y se abrió camino hasta la caja de fusibles. Había cortado la electricidad apagando un botón y se había escapado escurriéndose por el agujero.

El colombiano, como todo un profesional, llamo a Ría fuera de la casa para mostrarle la evidencia. Este es el agujero. Este el pedazo de cemento. Este el hule roído. Ría, que tiene la percepción un poco atrofiada, fue sin embargo la primera en advertir que el agujero estaba revestido de pelos color parduzco. Se arrastro por aquí el contrallao. Maldita sea su estampa. Se nos fue.

Por lo menos se nos acabo el lío se dijeron Sara y Ría. Sara lamentó que no hubieran podido atraparlo. Ría colocó un bloque de cemento en el agujero para que no pudiera entrar más. Se había acabado el problema.

A Ría la persigue un hilo de roja sangre por donde quiera que va. Ría no duerme, no le dice a Sara. Han aparecido las pelotitas azules con aroma de salisbury stake y mashed potatoes con gravy mordisqueadas. Sigue en la cochera, sigue metido entre las paredes o ha dejado su descendencia nocturna anidad en ellas. Va a morir envenenado. Lo van a encontrar por el olor.

Sunday, March 25, 2007

Scattered


Scattered, le dije yo y me traduje dispersa.
Trust no tiene traducción apropiada.


Whatever, opinó el poeta.


Yo,
les deseo felices ediciones.
A mí,
que no me mire más.
Yo,
no como de esa.