Sunday, May 13, 2007

Fiascopia

A veces salimos de excursión. Escogemos los autos que mejor andan, imprimimos los mapas, empacamos tenedores, cuchillos y cepillos de dientes, pasamos por el cajero, ponemos gasolina y adiós al Town.

Pero esta vez era especial porque desde nuestro pueblo nos dirigíamos a un festival artístico-cultural que se catalogaba al nivel de los magnoeventos de Londres, Roma y Paris. Espectáculos de danza, teatro, música y baile se apoderarían del centro de la ciudad desde el atardecer hasta la próxima salida del sol. Ante la expectativa de una rumba de veinticuatro horas hubo quien alquiló habitaciones en el Hilton. Por suerte yo tengo a mi querido Cristóbal que siempre me da posada y que esa noche nos recogió a Albertina y a mi.

Cristóbal, que suele ser medio alérgico a las multitudes y que está disfrutando de una época plácida y sosegada en la que sólo sale con el Mengano y los cachorros a la orilla del lago, se unió a la tropa. Nuestro plan original comenzaba a las 6:30 y estaba catalogado en el folleto-mapa de actividades como un “Soirée Dada: el recorrido por el cerebro del hombre del siglo XXI”, pero la tropa tenía hambre.

Luego de dejarlos instalados en el Hilton nos dirigimos al restaurantito thai de Cristóbal llevar a sus amantes. Comimos, comimos, comimos todos de los platos de todos. Conversamos, conversamos y nos reímos en español, portugués, italiano, inglés y alemán. Meamos, meamos, meamos uno por uno y luego de nuevo. Esperamos a Rodrigo Díaz (de Vivar) y a su chica. Pedimos otro café. Meamos más. Esperamos a otros dos. Y creo que finalmente le ganamos al “Soirée Dada” en el sinsentido de la cena toda. Por poco no salimos nunca de allí.

Aunque el pináculo de la noche se suponía que era un concierto de guitarra folklórica latinoamericana, la tropa de repente pensó que era mejor ir a bailar música ‘house’ dentro de una tienda por departamentos. No se porque a mi no me sonaba tan bien la idea del BUM, BUM, BUM, BUM entre sombreros, guantes, botas y estolas de señora. Finalmente Albertina, Cristóbal y yo optamos por dejarlos ir con su hilton y su house.

Pero los guitarristas no estaban. No fueron. Se enfermaron o se arrepintieron. No había nada, sólo una enorme fila para entrar a un edificio semivacío.

Plan B: “Cabaret francés” en el Instituto de arte. Los jardines estarían abiertos toda la noche (claro que hacia un frío que te prohibía pasearte). Quince minutos de caminata a bajas temperaturas más diez minutos de cola después entramos al instituto y encontramos una mujer canosa cantando desde una esquina para un público de gente que de pie miraba y se iba. Ese era el cabaret.

Salimos un poco decepcionados a encontrarnos con el Mengano. Al Mengano se le había ocurrido que era buena idea asistir a un festival con bici y perro. Claro, al Mengano se le olvidó que con bici y perro no iba a poder entrar a ninguna parte. Albertina y yo que estábamos considerando ir al tercer evento de la noche a ver si alcanzábamos a ver algo, pero ya cansadas, con frío y con el problema del perro, nos decidimos ir pa la cama.

Ahí comenzó la aventura. Resulta que el ayuntamiento trató de acomodar a todos los visitantes del festival en los mismo buses de siempre, y claro está, no cabían. Yo iba casi sentada en la guantera y Albertina casi sobre un señor. Al final conductor y pasajeros iban muertos de la risa porque la administración de los buses obligaba a que, aunque no cupiera ni un alma más, el bus se parara en cada parada. Casa vez recibíamos caras más tristes o insultos más divertidos. Cuando llegamos nos despedimos de la gente con mucho cariño, deseándoles que llegaran enteros a su destino.

Se acabó la noche en la casa de Cristóbal, Albertina y yo en la camita, Cristóbal en el sofá.

Al otro día Albertina y yo nos comimos un croissant y fuimos a Ohio, el estado donde fui concebida. Fue de visita no más, como la cárcel del Monopolio.