Tuesday, February 13, 2007

¿A qué hora canta el topo Gigio?


¿Ustedes se lavan los dientes antes de acostarse todas las noches? Yo, francamente, no todas las noches. Aunque debo reconocer que lo he estado haciendo todas las noches sin falta de un tiempo para acá.

Será porque me obligo a mi misma a acostarme cuando llega la hora indicada y con ese rito intento convencerme de que llegó la noche. Será que en estos días sin horas, en estas noches sin días he dejado de escuchar a mi pobre cuerpo que sin ocasos se desorienta por completo. Aquí nada coopera con mi reloj biológico.

En esta casa de ventanas cerradas desespero esperando los ruidos de la noche y el día. Algo escucho, pero creo que es el viento, o peor aun, el sonido del silencio. Acostumbrada a vivir en el hacinamiento más absoluto, siento que la noche debe ir acompañada de el murmullo de la máquina de lavar del vecino y de la musiquita de la telenovela de la doñita de atrás, de aullidos y maullidos lunáticos y de la infinita orquesta de bichos nocturnos que arrulla mis noches desde que nací.

Y en la mañana también extraño. El ruido del dominicanito que pasa a comprar el pan y sus ojazos azules en medio de la negrura de su carita asomándose a mi desayuno por la ventana. El angelus de una iglesia que no se ubicar y los autos que se encienden y los niños uniformados que se suben en ellos.

Ruidos todos insoportables que quisiera enmudecer tan pronto toco con la cabeza la almohada, pero que seguramente son mejores que la vibración intermitente de la heladera o la calefacción en este pueblo de noche idénticas a los días, donde no consigo dormir y no consigo despertar.

Creo que estoy deprimida.