Thursday, February 22, 2007

Bitácora del fin de semana

Habría que empezar por decir que Criptor es un gran cocinero, pero no es mi novio.

Aun a sabiendas de que nos esperaba el tan esperado cumpleaños de Pancho, el viernes decidimos invitar a Seashell, al colombiano y a Criptor a una lasagna de berenjena. Tuvimos una baja temprano en la noche, el colombiano desapareció misteriosamente después de probar las bebidas navideñas que Seashell compartió con nosotros. Nos quedamos los isleños con la isleña rubia, que la queremos así. Bailamos cadenciosos ritmos de negros lúbricos al compás de ron añejo, vino, Heineken Light y demás sustancias que alteran los sentidos. Lo que empezó como una inocente cena, terminó tarde, muy tarde con la visita de Rodrigo Díaz (de Vivar) y compañía, de la que recuerdo muy poco. Nada más sé. Cuando me desperté Criptor había dormido con nosotras y revolvía huevos en la cocina. Se moría de la risa.

A pesar de la resaca, la cruda, el jangover o como le llamen en su país, el sábado continuábamos con la pata alzá y ganas de callejear, listos para el súper cumpleaños. En el auto de Violeta (que funciona menos que el mió) nos metimos, Sara, el amigo abogado, los padres de la princesa, Violeta y yo camino a la casa de Criptor y el Come Galletas, que también venían. Pero, oh milagro, en una parada para abastecernos de gasolina y alcohol, al auto le pasó lo que a Gregor Samza. Inesperadamente, sacó patitas, antenitas, alitas y hubo que darlo por perdido, llamar a Rodrigo Díaz (de Vivar) y pedirle pon.

Cuando llegamos a la fiesta (por tandas) ya Pancho estaba borracho de tanta celebración y mi alumno-eterno-enamorado también. Me refugié en la cocina para evitar declaraciones de amor indeseadas y me encontré con un beso, indeseado también. Huí de la cocina y me refugié en los brazos del primo Criptor, al ritmo de una canción que me recordaba al vecino de trescientas libras que, descamisado, trabaja en su auto los fines de semana allá donde hace sol. El amigo abogado malinterpretó nacionalidades y esparció el rumor. Pero, no, nada que ver, aunque quiera la australiana, no.

Pero la verdadera revelación de la noche fue el Come Galletas. El depresivo, malhumorado, y alcohólico Come Galletas es en el fondo de su corazón, en lo más profundo de su espíritu, un merenguero malo, coleccionista de antiguos elepés, bailador bien afincao de lechoneras montunas y barras ratonientas en el lado feo de la urbe.

El domingo transcurrió lento, lentito, como en manteca. Las cosas volvían a su lugar mientras reconstruíamos los fragmentos dispersos de la noche y nos rehidratábamos. Desmentimos las falacias y nos reímos de ellas. Tomamos ibuprofeno, que aspirina no porque Sara es alérgica y no queremos matarla. Y poco a poco fuimos volviendo a nuestro lugar, disminuyendo las revoluciones y diciéndonos a nosotros mismos lo que bien dijo Violeta “ché, bajá la pata”. Tranquilízate, vuelve a la normalidad, que sigues en el Town.