Tuesday, November 21, 2006

Las tías

Las escenas se repiten como en esa película preciosa, “El día de la marmota.”
Ahora que lo pienso, fue la película que en el café de Chicago había que adivinar para ganarse un premio. Él me dijo: “En inglés, ¿cómo se dice marmota?” Yo tampoco sabía.

No creo aprovechar la similitud de mis días para aprender a hacer millones de cosas diferentes, lo que pasa en la película (de las que sólo recuerdo las esculturas de hielo). Como dijo Sara, si me preguntan cómo estoy, sólo puedo contar el argumento de la novela, la muerte del autor, el fragmento, el rizoma.

De esas escenas que se repiten, una forma un triángulo, en el que primero Ría, después yo y finalmente Sara, llegamos a la casa de turno, pálidas y casi llorando. Un abrazo cálido y largo, una explicación y todo pasó. Hay consuelo, sí, y eso que siempre creo que no hay otro que no sea el interior.

La anteúltima vez me tocó a mí, por mi padre. Me senté en la cocina con las chicas y lloré, por sus pulmones de fumador, por la lejanía, por el cansancio en el pueblo de la marmota. Conté, también, parte de una novela en la que el protagonista viaja a Río de Janeiro y tiene un deja-vú al ver la ciudad, hasta que se da cuenta que la reconoce por las fotos que su padre le había mandado cuando era niño, cuando los había abandonado a él y a su madre para mudarse a Río. Sara dijo: “a mí me pasó lo mismo, cuando fui a Madrid. Reconocía los lugares por las postales que me había dado mi abuela. Decía, uy! Esa es la Plaza Mayor…”

Como todos los lunes hoy fui a buscar a la Niña a la casa de Sara y Ría. Voy a clase y ellas la cuidan. La Niña había hecho unos dibujos de animales surrealistas, un oso comiendo una rosa, una especie de ameba en desarrollo, la gallina más alada del mundo. Ría compró un marco y cuando llegué ahí estaba, ya colgado el cuadro. Después leyeron el libro del día de Acción de Gracias, y la Niña aprendió, gracias a sus tías, que todo lo que decía eran mentiras, que los pilgrims habían matado a los indios. En el auto de regreso, la Niña alabó las bondades de sus tías, que “me cuentan todos los secretos.”

Parece que fue un lunes feliz. Eso sí, la estratagema de Ría, de ponerse un mameluco para convencer sutilmente a la Niña de usar uno que le regalaron, no funcionó. Mientras pintaba, y Ría cocinaba, la Niña la miró, se río (como ella suele hacerlo, de ese modo desarmante y veloz) y le dijo: “¿Por qué estas vestida para ordeñar vacas?"