A ti, pintor
La sentencia estuvo en querer perpetuar olores a gramita mojada. El final (debemos ser contundentes) llegó sin aviso, como la última pincelada del cuadro entramado. Tú siempre lo supiste. Que la liviandad de los besos era como tener el cadáver de una reinita entre los risos. Tú siempre lo supiste, que lo nuestro era como el tatuaje kitsh de algún pirata. Éramos el tesoro robado de la caravela del tiempo. Éramos las aceitunas que acompañan el cansancio de la tarde, antes de la desnudez, que era como ser herejes de la siesta. Yo siempre lo supe, que todo lo que nos refugiaba estaba al aire libre, como los cuerpos de una playa sin flamencos. Nuestra historia (nuestro intento de historia, nuestra hipótesis redonda de acurruques, si prefieres) me devolvió la fe en los aromas, después de todo, y en las camas de una plaza. Algo andaba mal, si tomamos en cuenta que amarnos era atravesar un océano, el mediano oeste, varias ciudades y para colmo escalar una torre. Aún así, siempre latía el corazón aliviado al mirarnos más allá de las pupilas, con el modo amable de los cuerpos que tanto se sabían, por las mañanas, antes de la greca.













<< Home