Wednesday, April 05, 2006

La pena de la piel

- para la colombiana, que también estaba allí

Otra más entre la piel y la tela. Otra que contenga la piel que gritando busca salir desde donde se asoman, como en una pintura medieval, las manos, el cuello y la cara, debajo de las dos camisetas. Doble cerrojo para la prisión del cuerpo. Que no los sorprendan nunca pezones erectos ni pecas peregrinas.

No se miran hace meses los sobacos ni los pies y no los extrañan. No se buscan diariamente entre la espuma del jabón resbaladizos lunares para admirarlos; no los buscan en el otro tampoco. No desabotonan sus ojos la ropa en busca de ombligos ajenos.

Pero el que no tiene pena de la piel, busca y siempre encuentra el caracol de la oreja, la curva del labio inferior y el hoyuelo en la barbilla. Piensa en lamerlos. Desea desvestirlos, quitarles capa a capa la vergüenza; pelarlos como una fruta, abrirlos como una flor. Descalzarlos y soltarles el pelo. Tocarlos. La sagrada masa blanda y pálida que tiembla pudorosa, surcada de venas azules y sudores frescos, erizársela.

Que sientan la caricia del sol, la brisa y la saliva. Que se recorran unos a otros, vértebra por vértebra, la espalda. Que adivinen que vibran. Sentirlos yo que placen y ríen.