Friday, February 17, 2006

El mal gusto de evitar siempre la oscuridad

Pensaba narrar mi mal mal mal extrañamiento de estos días. Es decir, no la bella desautomatización de los formalistas rusos, que todo lo vuelve material poético, sino el total alejamiento. Por ejemlo, hay días en que ni la lengua entiendo. Cada palabra por separado, sí, pero las frases no tienen ningún sentido. Como la vuelta en que aparecí con una linda torta casera para el cumpleaños de la niña y en la escuela me dijeron: "What's that?" Nada de cosas caseras.
A la salida de una clase, Sara, mirando a una chica rubia que camina delante nuestro me preguntó seriamente: ¿Por qué usan tanto rosa? ¿Será por las Barbies? Mis carcajadas resuenan. Fue una semana buena, llena de películas. Y ahora en un texto de Juan Forn encuentro esto:
"Nunca pude adaptarme a los gringos. Gente muy vacía. Correcta y atenta, pero como una fruta sin sabor, no sé si me explico. La cuestión es que no supe adaptarme. Ni a ellos ni a sus costumbres: las llaves que giran al revés, la electricidad de esas sábanas y alfombras sintéticas que tienen allá, lo endeble de esas construcciones que levantan de un día para el otro en medio de la nada, el monótono sabor de la comida y esa manera de comer que tienen , en cualquier parte, hasta en el coche, siempre con la mano: son capaces de comer fideos con la mano, yo lo he visto. Pero lo peor era esa luz blanca, que se ve hasta con los ojos cerrados, a través de los párpados. No usan persianas ni postigos; no saben lo que es la oscuridad". (Juan Forn, Puras mentiras, Alfaguara, 2001)