La idea no es mía. O no del todo mía. Cuando tomamos el tren Chicago-South Bend, el que en ese entonces era mi chico me dijo que no podía dejar de pensar en La hora 25. Se refería al momento en el que el padre irlandés del protagonista, que es dealer, imagina que su hijo escapa y, que en vez de presentarse para cumplir su larga sentencia por tráfico de drogas, asume una nueva identidad en un lugar remoto y desconocido. De este modo, mientras el padre conduce al hijo a la cárcel, el paisaje se transforma en la posibilidad de huida. Por la ventanilla del auto se alejan y aparecen bares, estacionamientos y gente idénticos a los de estos pueblos del Midwest.A veces, estar aquí es tan raro. Me pregunto cómo pude llegar a un lugar en el que su recóndita geografía es, en el cine, la única alternativa a la cárcel. Otras veces, y claro, relacionado con esto, recuerdo un cuento de Patricia Suárez en donde la protagonista dice que le parece estar viviendo una vida prestada y que en cualquier momento volverá a su casa, a su madre. Algo así.














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